Señoras de risa y llanto Texto: Miguel Ángel Campos Opinión. PANORAMA 13/09/09
Una tradición de puertas adentro, rosarios de media tarde y el sordo cuchicheo de unas mujeres entregadas a ver cuanto el tiempo las ha desencantando o, mejor, estrujado. Estamos en presencia de una compilación de historias proyectadas desde la oralidad de una ciudad cuyo tránsito hacia cierto cosmopolitismo debió enfrentar la inercial ascendencia de lo gregario en la tarea de constituir la biografía de lo público. Pero el haberse detenido en ese zaguán, en el diálogo entre la cocina y el fondo de las habitaciones permitió fijar otros rastros, aquellos de la vida sofocada por la ausencia de continuidad de un proyecto mayor donde resonaran los ecos de una esperanza colectiva. Los hombres resolvieron su tosca inconformidad apelando a los ruidos de la calle, pendenciera y ajena.
Pero ellas debían conciliar ritos maternos, fragores de amantes y gestos de señoras de vecindad murmuradora en un escenario sin espacio para los heroísmos, el mismo García Lorca las hubiera contemplado con amorosa tensión. “Señoras de Maracaibo”, pieza de Richard Olivero, es obra sincrética por su variedad expositiva, urbana por sus maneras, pero sobre todo llena de pulsiones sociológicas. Prevalece sin embargo la autonomía de la recreación, retrato eficiente de unos hábitos enclavados en una comunidad y proyectados ya fuera del realismo. Tal vez de manera instintiva los aspectos formales han sido salvados con solemnidad, magnificar un clima puede llevar a la caricatura, ampliar rasgos para mejor hacer reír, pero aquí estas señoras hacen un limpio ejercicio de evocación, se mantienen en el límite del filo de la navaja. Si se defienden desde el pudor y el sarcasmo no es sino rescoldo de un dolor, tal vez el sexo triste y las vidas anuladas de tanto fracaso.
No es solo la naturalidad del histrionismo de quien ha visto esas escenas en la vida real y sabe medirlas, nos emociona especialmente el sentido de un tiempo liberado, no es la crónica dudosa del día, tampoco las convenciones de la página social. Es la afirmación de un ethos ejecutado en medio del acuerdo raigal: negaciones y exaltaciones dando un perfil, asentando desde la urgencia de un desamparo los modos gregarios. Vale la pena detenerse en el carácter ejemplar de la representación, porque ayuda a comprender la alianza entre la potencia de lo artificial wildeano y las fuentes de la experiencia, en este caso sometida por la distancia de los hechos cumplidos aunque latentes, justamente por eso algunos espectadores sonríen sin hacerse notar. El humor matiza el realismo pero nos recuerda que en esas vidas media una imposibilidad, son seres lacerados por la medianía, adoloridos aunque algo de ternura los pone a resguardo del resentimientoi construyen una saga con sus retazos también nos están diciendo cuanta desolación puede caber en lo pintoresco, en los estilos desesperados de un provincianismo de alma. Traducido a un lenguaje más silencioso, el alegato de estas señoras pudiera reivindicar identidades más amplias, y para un público ya no local, pues encarna conflictos cuya resolución supone transitar entre la fatalidad y el deseo de conjurar un destino asfixiante.
Sociólogomcampost@cantv.net
Pero ellas debían conciliar ritos maternos, fragores de amantes y gestos de señoras de vecindad murmuradora en un escenario sin espacio para los heroísmos, el mismo García Lorca las hubiera contemplado con amorosa tensión. “Señoras de Maracaibo”, pieza de Richard Olivero, es obra sincrética por su variedad expositiva, urbana por sus maneras, pero sobre todo llena de pulsiones sociológicas. Prevalece sin embargo la autonomía de la recreación, retrato eficiente de unos hábitos enclavados en una comunidad y proyectados ya fuera del realismo. Tal vez de manera instintiva los aspectos formales han sido salvados con solemnidad, magnificar un clima puede llevar a la caricatura, ampliar rasgos para mejor hacer reír, pero aquí estas señoras hacen un limpio ejercicio de evocación, se mantienen en el límite del filo de la navaja. Si se defienden desde el pudor y el sarcasmo no es sino rescoldo de un dolor, tal vez el sexo triste y las vidas anuladas de tanto fracaso.
No es solo la naturalidad del histrionismo de quien ha visto esas escenas en la vida real y sabe medirlas, nos emociona especialmente el sentido de un tiempo liberado, no es la crónica dudosa del día, tampoco las convenciones de la página social. Es la afirmación de un ethos ejecutado en medio del acuerdo raigal: negaciones y exaltaciones dando un perfil, asentando desde la urgencia de un desamparo los modos gregarios. Vale la pena detenerse en el carácter ejemplar de la representación, porque ayuda a comprender la alianza entre la potencia de lo artificial wildeano y las fuentes de la experiencia, en este caso sometida por la distancia de los hechos cumplidos aunque latentes, justamente por eso algunos espectadores sonríen sin hacerse notar. El humor matiza el realismo pero nos recuerda que en esas vidas media una imposibilidad, son seres lacerados por la medianía, adoloridos aunque algo de ternura los pone a resguardo del resentimientoi construyen una saga con sus retazos también nos están diciendo cuanta desolación puede caber en lo pintoresco, en los estilos desesperados de un provincianismo de alma. Traducido a un lenguaje más silencioso, el alegato de estas señoras pudiera reivindicar identidades más amplias, y para un público ya no local, pues encarna conflictos cuya resolución supone transitar entre la fatalidad y el deseo de conjurar un destino asfixiante.
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